En
1893, el escultor alemán Adolf Hildebrand publicó en Estrasburgo un ensayo
titulado El problema de la forma en la obra de arte donde diserta sobre el
valor de la forma y el espacio en la escultura. Si pintores como Jackson
Pollock habían logrado disolver la forma de las figuras ayudando a desvelar la
esencia d elo pictórico, Robert Morris, en una exposición realizada en 1968,
con un gesto próximo al de Pollock, diseminará aleatoriamente por el suelo de
la galería doscientas piezas de diferentes materiales con formas
predeterminadas, estableciendo la relación dialéctica entre forma y apariencia.
En
unas piezas de fieltro que Morris ha cortado con total precisión dotándolas de
una forma cuadrada pero que, al dejarlas caer sobre el suelo, adoptan posturas
aleatorias, o bien, unas grandes piezas de fieltro en las que se han practicado
cortes regulares que, al ser colgadas adoptan muy diferentes figuras que
ofrecen la apariencia de irregularidad.
Un
escultor que se caracteriza por el fuerte grado de formalización de sus obras,
como es Richard Sierra, empezó también con este tipo de experimentos en los que
el resultado formal depende del comportamiento azaroso de los materiales. Un
tipo de obras con el que se presenta Richard Serra en los primeros años sesenta
consiste en salpicar plomo fundido sobre el diedro formado por el suelo y una
pared o sobre un rincón, lo que hace con un gesto similar al del dripping ejercido por Jackson Pollock
cuando arrojaba la pintura a borbotones sobre el lienzo tirado en el suelo. La
definición de la forma y la ocupación del espacio serán al final los dos
grandes temas de la obra madura de Richard Serra.
Robert
Smithson, un artista que militó en los primeros años en el minimalismo
realizando obras de una geometría cristalina, no quiso ser un mero constructor
de objetos y pasó del minimalismo a los earthworks,
si bien, en sus obras, a pesar de estar realizadas en el territorio, mantienen
una fuerte relación con la geometría elemental del círculo y la espiral que el
artista impone a las formas del lugar.
La importancia que
poseen el espacio y el lugar al establecer una relación dialéctica entre site y non-site. Trabajando en un paraje determinado, alejado de la
galería o el museo donde se exhibe la obra non-site,
el artista recoge muestras del lugar, como piedras o arena, que ubica en unas
‘cajas’ que, construidas como objetos específicos minimalistas, suelen tener un
alto grado de formalización, constituyen el non-site
que hace referencia al site en el
cual se ha desarrollado la experiencia.
Los
grandes, inhóspitos y alejados desiertos de Norteamérica, que son la antítesis
de la pequeña, visitada y próxima galería de arte, atraerán a toda una
generación de artistas que encontrará en sus desmesuradas proporciones
territoriales el campo idóneo para desarrollar un arte que ha superado los
problemas de escala con los que se enfrentó el pop art.
En
el verano de 1968, Walter de María se propuso dibujar en el espacio. Con una
pala excavadora trazó una enorme cruz sobre el suelo en el desierto, unas
líneas rectas, muy simples, que por sus dimensiones y por ser talladas sobre la
materia, levantando la tierra y los áridos del suelo, fueron entendidas como un
gesto escultórico.
The Lightning Field,
construida por Walter de Maria en el estado de Nuevo México, en el desierto de
Quemado, en 1977. 400 postes de acero inoxidable de cinco centímetros de
diámetro que se elevan con una algutra de seis metros y veinte centímetros,
colocados perpendicularmente, formando una cuadrícula regular de una milla de
largo por un kilómetro de ancho. Se percibe la idea de infinito ya que los
postes están situados en una sucesión estática, uniformes en la altura y en la
distancia entre ellos, creando la ilusión de una progresión sin fin. Estos
postes funcionan como pararrayos y, dado que en esta zona la incidencia de este
fenómeno atmosférico es muy alta, las descargas entre el mes de mayo y el de
septiembre, son continuas.
El
paisaje desolador; el cielo encapotado, oscuro y plomizo; los límites inmenos,
perceptivamente infinitos; la sensación provocada por la sucesión regulara de
postes; el ambiente solitario y silencioso; y, por último, la experiencia del
terrorífico poder de la naturaleza descargando sus rayos y la sumisión de éstos
al ser recogidos por los postes, hacen a obra sea la mejor ilustración de lo
que Edmund Kurke calificó a mediados del siglo XVIII como lo sublime, categoría
que se enfrenta entonces a la belleza clásica.
Frente
a la megalomanía de los artistas norteamericanos, en Gran Bretaña se aprecia
una nueva sensibilidad más acorde con la larga tradición paisajista inglesa de
poseer y mimar el territorio. El inglés Richard Long también va a dibujar en el
espacio, pero sus trazos no están relacionados con la potencia de la máquina
que pueda utilizar sino con su propio cuerpo. En 1968 realiza una obra,
titulada Margaritas cortadas, que
consiste en dibujar una gran aspa sobre el suelo al cortar el césped con una
segadora manual.
Este
artista ha recorrido los lugares más diversos del planeta dejando pequeñas
huellas, como las que quedan al retirar piedras con las manos a lo largo de un
recorrido geométrico o aquellas que dejan sus botas al hollar el territorio. Como
él mismo dice, su arte se hace andando. Long produce unas obras efímeras que
construye tallando el suelo con sus botas al andar siguiendo figuras
geométricas, como un círculo.
Son
obras efímeras que las inclemencias atmosféricas borrarán sin que la forma ni
la apariencia del territorio se perturben. De la misma manera que Robert
Smithson establece una dialéctica entre el site
y su réplica, el non-site, Richard
Long instala en el interior de la galería los materiales tomados en los
desplazamientos por el campo, tales como piedras, palos o barro, con los que
construye formas geométricas de una contundencia minimalista.
La
fotografía, un arte que se suele materializar en una imagen que surge de un
papel plano, se convierte en ‘materia’ escultórica. Así, la obra de Hamish
Fulton, que como su amigo Long, también recorre el mundo andando pero sin
pretender intervenir en él por mínima que pueda ser esa intervención, utiliza
en esos paseos sólo su cámara fotográfica.
El
tiempo queda detenido en las instantáneas fotográficas. Un artista que
construye su obra sirviéndose del tiempo es el también inglés David Nash. David
Nash talla la madera, pero fijándose en las técnicas de silvicultura que
utilizan los agricultores en los frutales, él trabaja con árboles vivos que modela
hasta conseguir las formas de crecimiento deseadas. Plantando árboles formando
un círculo, como los realizados por Long con piedras, y trabajando sobre las
ramas para combarlas en una dirección, ha conseguido que una plantación de
fresnos iniciada en 1977 hoy se haya convertido en una cúpula vegetal, en una
especie de cabaña primitiva como la soñada por tratadistas de la arquitectura
tales como Vitruvio o Laugier.
El
artista de origen iraní Siah Armajani es uno de los primeros teóricos en
emprender la obra que podemos calificar con el título de ‘arte público’.
Compromete a la ciudad y al ciudadano. Partiendo de algunas premisas del
constructivismo que no fueron desarrolladas en los años de las primeras
vanguardias, Armajani intenta la conquista de la funcionalidad para la obra
escultórica.
Muchas
de sus obras son construcciones realizadas en madera que, con independencia de
sus valores formales y visuales, sirven como mesas o bancos que se utilizan
para descansar, comer o leer, pues son soporte de textos, aforismos y poemas.
En la Mesa de Picnic, que diseñó para un bosque en Bielsa, Huesca, como
homenaje al poeta Federico García Lorca, se ofrece a los montañeros que la usan
como refugio y lugar de comida, la posibilidad de leer unos versos del poeta grabados
en la obra.
El
jardín, a través de algunos de sus elementos, como mesas y bancos, se recupera
así como territorio de la escultura. Isamu Noguchi, un escultor formado en el
oficio tradicional de tallar la piedra, que muestra monolítica y erguida en
muchas de sus obras, en los últimos treinta años realizó unos bajorrelieves
que, abatidos y colocados en posición horizontal, como si fueran el tablero de
una mesa, pueden ser interpretados como maquetas de territorios. En aquellos
relieves, de fuerte influencia surrealista, se intuyen colinas, depresiones,
laderas y vaguadas que el escultor llevó a la realidad construyéndolas más
tarde como plazas y jardines.
Cuando
en los años cincuenta se levanta en París el edificio de la UNESCO, le encargan
a él los jardines. Presididos por una estela tallada en piedra, que una fuente
de la que mana el agua, surge un canal que recorre y articula el jardín y que
justifica la construcción de otros elementos, como, por ejemplo, un puente. En
este jardín se recrean aquellas vaguadas y laderas de los bajorrelieves que
interpretados como maquetas, originan obras escultóricas que son jardines. Las
tópicas texturas que el escultro tradicional conseguía con la gradilla, el
cincel, el escoplo o los abrasivos, se aprecian también en el jardín de la
UNESCO, pero conseguidas con las plantas tapizantes, la grava o el césped.
Hidetoshi
Nagasawa, creó en la Fundación Pilar y Joan Miró de Palma de Mallorca un
reciento cerrado con tres estancias que recrean en clave minimalista la poética
de los jardines nebudistas, con una estancia en blanco, otra en oro y otra en
negro.
Interesado
por la imagen metafórica de la barca, que representa el paso del tiempo, ha
construido una obra, titulada Dodici
barche, en la que doce esquemáticas siluetas de barcas rodean, como un
alcorque, los fustes de otros doce árboles muy jóvenes que forman un conjunto
jardinero. Con el paso del tiempo, los árboles crecerán engordando sus troncos
y extendiendo sus ramas, cambiando su fisonomía, pero las barcas, varadas a su
pie, mantendrán siempre la misma forma.
Cuando
Donald Judd construía sus ‘objetos específicos’ o Dan Flavin ideaba sus obras
con tubos fluorescentes, ellos no participaban del acto físico de la
construcción, del hacer con las manos. Ambos, al igual que la mayoría de los
artistas de esa época, se servían del trabajo de obreros especializados y de
procedimientos industriales de producción, que reclaman maquinaria e
instalaciones sofisticadas, para construir sus ‘ideas’. El propio Dan Flavin
confiesa: ‘Resulta para mí fundamental no ensuciarme las manos (…) Reivindico
el Arte como Pensamiento’ Este tipo de reivindicación está en la base del
denominado ‘arte conceptual’ que pretende hacer hincapié en lo que hay de idea
y de proceso en la obra de arte frente a la valoración de la mera destreza
manual.
Esta
conceptualización del arte ha alejado a muchos artistas del trabajo directo con
la materia y ha conducido a una pérdida del oficio.
Eduardo
Chillida conseguirá realizar unas obras muy próximas al expresionismo abstracto
de la pintura americana trabajando directamente sobre el hierro recuperando una
técnica artesanal, como es la forja. En las obras de sus primero años, de
factura inconfundiblemente moderna, es decir, anticlásica, se muestra toda la
poética del material que vibra y canta en cada martillazo, golpeado con la
fuerza del brazo del artista.
Pero,
tal vez, la asignatura pendiente que aún tiene la escultura se la recuperación
de la cualidad de representación. El empleo de la imagen fotográfica como
elemneto escultórico, estampando fotografías sobre superficies y materiales
diversos, construyendo cajas de luz o realizando vídeo-instalaciones, ha
confucido a una nueva valoración de lo representativo. Desde los primeros años
en que se presentó el arte abstracto, algunos cr´ticiso maniqueos han intentado
enfrentar la idea de abstracción a la de figuración, como si el arte abstracto
se ejercitara en oposición a las imágenes figurativas. Sin embargo, no es la
práctica de un arte de ‘objetos específicos’, de figuras geométricas trazadas
en el suelo o de obras realizadas con materia vegetal lo que ha impedido el
desarrollo de una escultura con voluntad de figuración, sino la literalidad y
el escaso interés que suscitan las obras d elos denominados ‘figurativos’ que
han tendido hacia un ‘hiperrealismo’ que se acaba en sí mismo.
Tal
vez por eso, la figura humana está siendo objeto de revisión en las últimas
décadas con obras de muy distinta factura y significación. Dentro de las posibilidades
de representación, está la narratividad, algo que le fue negado expresamente a
la escultura en el siglo XVIII por un teórico de la categoría de Gottold
Ephrain Lessing, cuando argumenta que pintura y escultura son artes del
instante y que el discurso narrativo es propiedad de la poesía y la música, es
decir, que el arte de representación culmina en el teatro y la ópera.
Al
trabajo de recuperar la representación y la narratividad se ha dedicado de una
manera muy particular Juan Muñoz, quien se consideraba a sí mismo un
‘narrador’. Sus figuras antropomórficas
no son estatuas, sino partes de un ambiente que compromete al espacio, el cual
es alterado por el artista para generar un escenario teatral. El suelo, los
muros, la luz o la forma y dimensiones del espacio poseen en su obra tanto o
más valor que la figura que adquiere su significado y sentido del contexto en
el que se ubica.
La
obra de Juan Muñoz titulada Primer pasamanos. Es un objeto de uso cotidiano, un
pasamanos vulgar de escalera, un objeto como los utilizado por los artistas del
pop art, pero con tamaño, presencia y apariencia totalmente reales. Esta obra
puede servir para comprender el nivel de representación, el sentido más teatral
de la palabra. Cualquier pasamanos nos ofrece seguridad e invita a que nos
sujetemos en él para evitar una caída o aliviar el peso del cuerpo. La luz, ese
elemento reivindicado por Dan Flavin, utilizada en esta obra como recurso
teatral, nos desvela, por medio de la sombra que arroja sobre el muro en que se
asienta el pasamanos, que, tras la apariencia de seguridad que nos ofrece, se
esconde una navaja abierta que, al pasar la mano, nos desgarrará los dedos.
Si
el vacío del espacio, el transcurso inexorable del tiempo y la inmaterialidad
de la luz se han reivindicado como materiales escultóricos, a nadie le
asombrará que, a estas alturas, se intente esculpir con el sonido. El
compositor John Cage escribió, en 1985, un poema en homenaje a Marcel Duchamp
que tituló Sculpture Musical. La
música ha intentado también, durante estos cincuenta últimos años, buscar su
sentido en la espacialidad, trabajando con masas sonoras, objetos musicales
(como Pierre Schaeffer denominó a los sonidos concretos) y en la construcción
de paisajes sonoros, generando así un vocabulario y un campo topológico común a
la escultura. Artistas como Bill Fontana o Bruce Nauman han logrado crear
sonidos que ocupan el espacio como si fueran cuerpos.
Javier Maderuelo
No hay comentarios:
Publicar un comentario